Aristóteles, el amor a sí mismo y un desgarro en el alma

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Por Christián Carman

Dos de los diez libros que Aristóteles dedica a hablar de la felicidad, están enteramente consagrados a la amistad. Para él, la amistad es fundamental para la vida feliz. Obvio, los amigos disfrutan tremendamente estar juntos, charlar, pasar el tiempo. Dice Aristóteles que disfrutan especialmente de recordar las cosas que vivieron y de proyectar planes juntos para el futuro. Entre los amigos reina la paz. Un amigo es, como dice Aristóteles, “otro yo”, un yo mismo que está afuera para quererlo, o para quererte. No hay mucha diferencia entre quererlo y quererte, cuando son amigos.

Entonces, ¿puede uno ser también amigo de sí mismo? No sólo puede –contesta Aristóteles–, sino que no hay forma de ser amigo de otros si uno no lo es primero de sí mismo. Pero no es tan fácil serlo. Vos ciertamente podés ser amigo de vos mismo si te gusta pasar tiempo con vos, pero sólo te gusta si estás en paz con vos mismo. Si vos no tenés paz –agrega Aristóteles–, si tenés un alma “dividida”, un alma que es “arrastrada de aquí para allá como si las partes intentaran desgarrarla”, no podés ser tu amigo, simplemente porque no disfrutás de tu propia compañía. No te gusta estar con vos y no te queda otra que huir de vos mismo. Es que estás peleado con vos mismo y cada vez que estás con vos, te llenás de reproches. Esos encuentros nunca terminan bien.

Con un amigo, si estás peleado por algo, lo mejor es charlarlo y perdonarse. Con vos mismo, también. Si ya hace mucho que no te juntás con vos mismo, seguro hay algún desgarro en tu alma. Blanquealo, charlalo y perdonate. Y volvé a disfrutar de tu propia compañía.

Christián Carman

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