Cuando tenga 64 (o el doble)

Por Sebastián Campanario

¿A qué edad nos empezamos a considerar mayores, adultos, viejos o seniors? Un economista tendría una respuesta bien a mano” “Depende”. Porque sin duda es un tema subjetivo y cada uno hace su propia evaluación. Años atrás, un matemático inglés relevó esta duda con miles de encuestados y descubrió que las respuestas describían una función curiosa: la raíz cuadrada de la edad propia multiplicada por 8. Para un chico de 9 años, uno de 24 ya es adulto (raíz de 9=»3″ x 8=»24″); para alguien de 25 se es mayor a los 40, y así. La ecuación se iguala en 64 años: allí coincide la edad real con la consideración promedio del umbral de vejez. Como en la canción de Los Beatles.

La nueva agenda senior está llena de historias que recorren esta subjetividad. Hace un par de semanas conocí personalmente (ya la había entrevistado por teléfono un par de veces) a Elisa Forti, una italiana que se vino a vivir a la Argentina a los 14 y ahora, a los 87, es conocida por su afición a correr. Lo increíble de esta trama (que ya tiene hasta su propio documental) es la edad a la que Elisa comenzó a correr maratones: a los 72 años. “Todo está en la cabeza, es la que manda al cuerpo. Si te convencés, te hacés el espacio, no importa la edad”, me dijo durante un evento de Innovación de La Nación.

La edad también es un concepto relativo para Alberto Naisberg, un ingeniero argentino que en abril pasado cumplió 97 años. Nos conocimos con Alberto en el seminario Proxi, cuando era presencial en Baikal, y ahí nos hicimos amigos. Hace poco charlamos en un café cerca de su casa, en Caballito, y le pregunté a qué edad había hecho un “click” mental de cambio. Ni lo dudó: “A los 94”, me dijo, y escribí esta nota al respecto.

Alberto no corre literalmente como Elisa, pero no para con proyectos: con diseñadores millennials se asoció para crear una mini-bibliotecas que salen por una impresora digital (se llama “RAM”, por el tipo de memoria en computación), está conversando con autoridades de distintas ciudades para una iniciativa de “incubadora de moais” (por el término japonés que refiere a la importancia de las relaciones y los lazos comunitarios) y debutó días atrás como speaker profesional ante 1.000 estudiantes del secundario en La Usina del Arte, en un evento que se llama “Provocación”.

Alberto suele decir que no le gusta revelar su edad, no por un tema de coquetería, sino por las reacciones que provoca alrededor: rápidamente todos le quieren traer una silla y comienzan a tratarlo con mucha precaución.

Ambos casos (el de Elisa y el de Alberto) son muy reveladores de los preconceptos que tenemos con la segunda mitad de la vida. Muestran que no hay edad para cambiar, y que cada uno termina teniendo la edad de sus proyectos y sueños. En una matemática muy personal, podemos sentirnos mayores a los 64, a los 128 o cuando lo decidamos.

Sebastián Campanario

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