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El capital intelectual de Alejandro Magno

Por Christián Carman

Había estado a la cabeza de mil batallas sin que le temblara jamás el pulso al empuñar su espada, pero ahora temblaba tanto al sostener un libro de filosofía que no lograba leer ni dos palabras seguidas. Había enfrentado ejércitos enteros y se sentía vencido por un libro. Cuando se calmó un poco y pudo leer el título y el autor, lo dejó caer como si estuviera tocando algo endemoniado. Se confirmaban sus sospechas: era un libro de metafísica, de Aristóteles. Sentía que todo su poder se desvanecía.

Alejandro Magno sabía que su diferencial era la formación filosófica que había recibido personalmente del mismísimo Aristóteles. Al ver que el filósofo había publicado un libro de metafísica, Alejandro, que era a la vez rey de Macedonia, hegemón de Grecia, faraón de Egipto y gran rey de Medos y Persas, se sintió por primera vez en su vida un mortal más. No tenía ya ninguna ventaja respecto del resto.

Inmediatamente, le escribió reprochándole. Después de 2400 años, todavía se conserva el texto de esa carta. Su estilo telegráfico deja ver la urgencia con la que lo escribió; su estilo cortante, el enojo que no pretende disimular: “Alejandro a Aristóteles. Saludos. Hiciste mal en publicar tus doctrinas filosóficas. ¿En qué me diferencio de los demás si los conocimientos con los que me formaste son ahora accesibles para cualquiera? Soy consciente de que sobresalgo más por los conocimientos que me transmitiste que por mi poder. Dios te guarde”.

Aristóteles, rápido de reflejos, le contestó tranquilizándolo. Había publicado el libro, pero no divulgado sus ideas; el libro no lo entendería nadie. Y tal vez no le falte razón, si recordamos que Avicena, un superdotado medieval, lo leyó más de cuarenta veces sin entenderlo. Cuentan que lo sabía de memoria, pero no entendía ni una palabra. Solo lo entendería, decía Aristóteles, quien ya había sido formado por él. O sea, únicamente Alejandro. Su secreto estaba a salvo. Le volvió el alma al cuerpo.

Alejandro sabía que lo más valioso que tenía no era su origen real, ni el poder que había acumulado, ni su coraje, ni su habilidad con la espada; era, ni más ni menos, haber aprendido la filosofía de Aristóteles.

Christián Carman

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