El filósofo que dejó callado a Sócrates

Si querés venir al seminario «Perlas de la filosofía» y tener una clase por semana para nutrir la vida de sabiduría milenaria, podés ver más acá: https://institutobaikal.com/perlas-de-la-filosofia/

Por Christián Carman

Pocos discípulos en la historia han tenido más admiración por su maestro que la que tuvo Platón por Sócrates. Lo admiraba tanto que Sócrates es el protagonista de todos sus diálogos. Con el tiempo, Platón fue haciéndole decir a Sócrates más lo que él pensaba que lo que su maestro había dicho. Esto no hay que verlo como una traición. Seguramente Platón sentía que estaba completando a Sócrates, llevando el pensamiento de su maestro más allá. Como sea, en todos los diálogos Sócrates gana las discusiones por goleada. En todos, menos uno. Un Platón ya anciano escribe un diálogo en el que pone en boca de Sócrates sus doctrinas más queridas, el fruto de una vida de reflexión. Un joven Sócrates las expone y defiende frente a un interlocutor. Platón elige que el interlocutor sea un Parménides, ya anciano. No sabemos si este encuentro se dio realmente o salió de la mente de Platón. Pero el diálogo es una bomba, porque por primera vez Sócrates es destrozado en una discusión. Parménides lo baila. Bueno… se respetan mucho, Sócrates se deja conducir por Parménides. Parménides le tiene paciencia, pero Sócrates no puede seguirle el ritmo. ¿Quién sabe? Tal vez Platón admiraba más a Parménides que al mismísimo Sócrates.

Y razones no le faltaban, porque Parménides fue genial. Los filósofos se venían preguntando qué había en común en absolutamente todas las cosas. Todas. Mientras algunos decían que era el agua, otros el aire, otro los cuatro elementos, Parménides dijo: “el ser”. “Uh… –te veo diciendo– cuando los filósofos se ponen a hablar del ser ya no los entiendo nada”. Pero no es tan complicado. ¿Qué tienen en común un perro y un gato? Muchas cosas, pongamos, que son mamíferos. Genial. Pero entre ellos y una iguana. La iguana no es mamífero, pero son todos animales. Bien. ¿Entre esos tres y un roble? Lo cuatro son seres vivos. Genial, agreguemos una piedra. Todos son seres materiales, respetan las leyes físicas. Bárbaro. ¿Y entre un perro, un gato, una iguana, un roble, una piedra y tu recuerdo de lo que almorzaste ayer? Tu recuerdo no es algo físico. No se rige por la ley de gravedad. Lo mismo que las ideas. Ah… no, bueno. Hay cosas que son físicas y hay cosas que son mentales. ¿Y entre ellas no hay nada en común? ¿nada? “Si unas son físicas y las otras son mentales, ambas son. Tienen el ser en común”, contesta Parménides. Lo que todo, absolutamente todo, lo físico, lo psíquico, lo espiritual, lo imaginario, lo real, tiene en común, es el ser. Serán de distinto modo, pero son.

Parece una respuesta trivial, casi vacía. Sin embargo, esa intuición de Parménides alimentó el pensamiento occidental durante dos milenios. Y llevó a Platón a hacer que su maestro, que siempre tenía respuesta para todo, hiciera un silencio reverencial frente a Parménides.

El ser es la noción más básica de la realidad y de nuestro pensamiento. Es como el primer código del sistema operativo. No se puede pensar sin el ser. Para que pienses, te dejo esta preguntita: OK. El ser es, pero ¿qué es el ser?

Christián Carman

Cultura General