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El juego de living

Por Christián Carman

El primer desacuerdo que tuve con Emi apenas nos casamos fue acerca de la distribución de los muebles en el living. A ver si estás de acuerdo conmigo. Se coloca un sofá de dos o tres cuerpos enfrentado a dos sillones de un cuerpo, en medio una mesa ratona, y una mesita de luz a cada lado del sofá, con su velador correspondiente. Emi estaba de acuerdo con todo, excepto con las mesitas de luz. Me quedé sorprendido, era la primera vez que me ponían en discusión algo tan obviamente verdadero: ¡Todos los livings del mundo tienen mesas de luz a los costados del sofá! Fui a lo de mi hermana, que se había casado hacía unos pocos años, a contarle mi incipiente conflicto y me dijo: “¡Vos tenés razón!, ¡todos los livings del mundo tienen las mesas a los costados del sofá! Así es en mi casa y así es en lo de los viejos”. Fui a la casa de mis padres y mi madre dijo algo muy parecido: “¡Todos los livings del mundo son como vos decís! Así es acá y en lo de tus abuelos”. Fui a visitar a mi abuela y cuando le pregunté por qué tenía ella también mesas de luz a cada lado del sofá, me dijo algo distinto: “Cuando nos casamos, hace más de 50 años, nos regalaron dos juegos de mesas de luz. Uno lo pusimos, como corresponde, a cada lado de la cama. Con el otro juego no sabíamos qué hacer y se nos ocurrió ponerlo a cada lado del sofá”.

Me impresionó mucho que hubiera tomado por dogmático y necesario algo que había surgido de un mero accidente. Me asombró todavía más que yo creyera que todos los livings eran como yo decía; apenas mi abuela me abrió los ojos, me empecé a dar cuenta que en la gran mayoría de los livings que visitaba, las mesas de luz no existían. No hay caso: hasta que no te lo cuestionás, no lo ves. Pero lo que más me asombró es que nunca me lo había cuestionado. La explicación ahora es clara: en mi círculo íntimo, en mi familia, todos pensaban como yo (o mejor, yo pensaba como todos). Necesité que viniera alguien de afuera, Emi, a cuestionarme lo que consideraba obvio.

Es muy sano cada tanto salir de los circuitos en el que nuestras relaciones y los algoritmos nos encierran y entrar en contacto con los que realmente piensan distinto que nosotros. No es fácil, porque hoy pensamos, en muchas cosas, casi todos lo mismo. Los que piensan realmente distinto no nacieron todavía. O ya murieron. A los del futuro no los podemos consultar, pero a los del pasado sí, leyendo sus obras. Por eso me gusta leer a los autores clásicos. A Séneca, a Tomás, a Agustín, a Platón, a Aristóteles, a Descartes. No porque siempre tengan razón, sino porque piensan distinto. Porque cada tanto me muestran que algo que yo creía obvio, es discutible.
Y sí. En mi living, hoy, ya no hay mesitas de luz.

Christián Carman

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