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El mal negocio de la justicia estricta

Por Christián Carman

Shylock, un prestamista, está en la corte de Venecia afilando su cuchillo, listo para cortar una libra de carne cerca del corazón de Antonio, que ya está resignado. No ha podido pagar los 3000 ducados que le debe y el contrato firmado por ambos es muy claro. Un tiempo atrás, Basanio, su mejor amigo, le había pedido esa suma para poder enamorar a Porcia, una hermosa y rica joven. Antonio tenía todo su capital en barcos por distintos océanos, por lo que pide el préstamo a Shylock. El prestamista, medio en broma, le presta sin intereses, pero con la condición de que, si no paga en tiempo y forma, tendrá que darle una libra de carne de su propio cuerpo, “lo más cerca posible del corazón”. Una serie de catástrofes hacen que Antonio pierda su fortuna y no pueda pagar la deuda a tiempo. Antonio le ofrece 10 veces el dinero que le debe, pero ya venció el plazo. Con una brutalidad inusitada, Shylock convierte lo que era una broma en un acto de tremenda crueldad y lo arrastra al tribunal para que se cumpla el contrato. Porcia, ya enamorada de Basanio, se disfraza de abogado y sale en defensa de Antonio.

Porcia dice que el contrato es inequívoco y que, en estricta justicia, tiene derecho a que se cumpla. Le implora clemencia y Shylock pregunta qué ley lo obliga a ser clemente. Porcia contesta con uno de los textos más bellos dedicados a la misericordia: “la propiedad de la clemencia es que nos sea forzada, cae como la dulce lluvia del cielo… es dos veces bendita: bendice al que la concede y al que la recibe… sienta mejor que la corona al monarca sobre su trono. El cetro puede mostrar bien la fuerza del poder temporal, … pero la clemencia está por encima… tiene su trono en los corazones de los reyes. …El poder terrestre se aproxima tanto como es posible al poder de Dios cuando la clemencia atempera la justicia.”

Hermosa declamación, pero Shylock se niega. Porcia le dice que tome el cuchillo y extraiga la carne. Sin embargo, le aclara que tiene derecho sólo a la carne, el contrato no habla de derramar ni una sola gota de su sangre. En estricta justicia, si derrama una gota, la pagará con su propia vida. Shylock quiere romper el contrato, pero la ley no lo permite. O cumple el contrato corriendo el riesgo de derramar sangre o todas sus riquezas irán a las arcas del Estado. Shylock se retira sin nada.

Esta escena del Mercader de Venecia, de Shakespeare, pinta con mucha elocuencia una idea que Séneca sostenía siglos antes: un mundo en el que se aplique la justicia estricta, no le conviene a nadie. Tenemos que repetirnos esto antes de pretender cobrar implacablemente las deudas que los demás contrajeron con nosotros. Todos estamos endeudados, todos tenemos saldo negativo. Así, ser misericordiosos con los demás, es lo que corresponde a la estricta justicia.

Christián Carman

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