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El overol de la filosofía

Por Christián Carman

El viejo profesor de filosofía estaba volviendo a su casa, cansado, en un tren que se alejaba de la Ciudad de Buenos Aires y se adentraba en el Conurbano. El tren no estaba lleno, pero tampoco había lugar para sentarse. Se paró al lado de un obrero muy corpulento, de piel casi roja de tan transparente y ojos claros, vestido con un overol ya gastado. También él volvía cansado de su día de trabajo. Le asombró que estuviera leyendo un libro. Agudizó la vista para espiar qué leía y reconoció caracteres griegos. En seguida se dio cuenta de que era un diálogo platónico. Un obrero volvía de su trabajo leyendo a Platón en griego. Increíble. Se puso a charlar con él y conoció su historia. Emilio Komar había nacido en Eslovenia en 1921, había estudiado Derecho y se había doctorado en Turín. En 1948, luego de combatir en la Segunda Guerra Mundial había emigrado a Argentina, donde estaba trabajando de operario en una fábrica de vidrios. Este profesor lo invitó a acercarse al mundo académico y Komar terminó siendo un gran profesor en la Universidad Católica Argentina, donde llegó a ser decano y dio clases hasta 1998.

Tuve la suerte de tenerlo de profesor. Mezclaba siempre sus interesantísimas anécdotas personales con un pensamiento profundísimo. Muy platónico y muy tomista, reconocía siempre que hay una infinita desproporción entre lo que hay por conocer y lo que nuestra limitada inteligencia puede de hecho alcanzar. Me acuerdo de que en una clase contaba que no era raro que, para invitarlo a dar una charla, le dijeran: “Dr. Komar, usted que maneja tan bien este tema, ¿no nos podría dar una charla?” y él se imaginaba que el tema era un camión, y que él, al volante, lo manejaba llevándolo hacia donde quisiera. Y, mientras hacía con las manos el gesto de mover un volante grande, nos repetía: “¿Comprenden? ¡Manejar un tema!”. Para Komar los temas no se manejan, no se dominan, no se controlan. Se exploran, con respeto y humildad.

En La Consolación de la Filosofía, Boecio ilustra la misma idea pero con otra imagen. En ese diálogo, personifica a la Filosofía como una hermosa y poderosa mujer, cubierta con un vestido “formado por finísimos hilos de materia inalterable, con exquisito primor entretejidos”. Aunque hermoso, el vestido estaba destrozado. Cada escuela filosófica había intentado adueñarse de ella, pero ella se resistía. En la violenta lucha, algún pedazo de su vestido siempre le arrancaban. Llevándose esos retazos, “han abandonado la lucha, imaginando que me habían hecho suya.” Estos filósofos se vestían con los despojos del ropaje de la filosofía, para hacer creer a los otros que ellos eran la filosofía. Pero no lo eran, eran apenas una escuela que había tratado de apropiarse de la filosofía y habían logrado arrancar un pedacito de su vestido. Los filósofos no son la filosofía. A veces tratamos de disfrazarnos de ella y a algún desprevenido logramos engañar. Pero, en vez de pelearnos con ella tratando de dominarla, en vez de querer manejarla, tenemos que sentarnos a sus pies a contemplar su belleza.

Komar nunca se peleó con la filosofía. Nunca le arrancó un pedazo de su vestido. Por eso, mientras leía Platón en griego, podía vestir orgulloso su overol.

Christián Carman

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