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El timing moral

Por Christián Carman

Hace muchos años, en la universidad había unos encuentros mensuales en los que uno de los investigadores contaba al resto en qué andaba. Algunas eran aburridas, pero la mayoría eran interesantísimas, porque el departamento reunía investigadores de los temas más diversos. Todavía me acuerdo con claridad una charla en la que un ingeniero nos confesaba sus angustias. Trabajaba en una empresa alimenticia que quería hacer unas galletitas que tuvieran sabor casero. Habían encontrado a una anciana que hacía unas galletitas caseras deliciosas y la tarea de este ingeniero era lograr traducir el procedimiento de la cocinera para que fuera replicable en las máquinas de producción. Para eso tenía que cuantificar las porciones de los ingredientes, los pasos y los tiempos de cocción de las recetas de la anciana. Pero nos confesaba que era imposible: “¿cuánto de azúcar, señora?”, le preguntaba: “y… un puñadito”. “¿Cuánto tiempo las deja en el horno?”. “Y… hasta que estén doraditas.” Siempre le salían igual de ricas, pero nunca los tiempos ni los puñaditos eran iguales. Cuando trataban de llevar esas cantidades variables a las máquinas, las galletitas ni de lejos tenían el sabor casero que siempre tenían las de la anciana. A veces quemadas, a veces crudas, a veces razonablemente ricas, pero nunca como las de la anciana.

Ese timing artesanal tan difícil de cuantificar también existe en nuestra vida ética. Aristóteles decía que el justo medio que tiene que regir nuestras acciones, no es un medio matemático: no hay fórmulas, hay experiencia. Cada uno tiene que conocerse para saber cuánto es un puñadito para él.

Séneca insiste en que, para lograr que las emociones no se desboquen –habla de la ira, pero vale para todas– hay que reconocer que todas tienen tres etapas y tener el timing justo para intervenir en la segunda. En la primera es demasiado temprano; en la tercera, demasiado tarde.

Apenas percibimos que hay algo que nos ofende o nos molesta mucho, tenemos una reacción instantánea, que no podemos controlar, casi un reflejo que nos invita a enojarnos. Te pisan un pie sin querer y te das vuelta irritado. No tiene sentido luchar contra eso porque no es voluntario, es como tratar de no bostezar cuando estás cansado, de no temblar cuando tenés frío, o de no tener cosquillas. Inmediatamente después aparece el segundo momento: hay una invitación a nuestra razón de vengarnos por lo que hemos sufrido. Es un momento breve, pero aquí sí puede intervenir la razón y rechazar esa invitación. Si no la rechaza explícitamente, la ira se dice a sí misma “el que calla, otorga” y se da por consentida. Y ya crece tan rápido que no hay forma de pararla.

Genera mucha frustración luchar contra la ira demasiado temprano (porque es todavía algo involuntario) o demasiado tarde (porque ya es demasiado fuerte). Hay que tener el timing justo para oponerse en la segunda etapa, justo después de la reacción instintiva, justo antes de que crezca descontroladamente. Si estás atento y aprendés a intervenir en el momento justo, vas a ver que no es tan difícil. Es cuestión de timing.

Christián Carman

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