Elegir al consejero

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Por Christián Carman

“Estamos condenados a ser libres”.

Jean Paul Sartre expresa con esta genial paradoja el drama de la libertad humana en toda su profundidad. No decidiste ser libres, pero lo sos. Y, serlo, es una carga que a veces se vuelve insoportable y produce una tremenda angustia. Sartre no se refiere, obviamente, a elegir si le ponés dos o tres cucharadas de azúcar al café, sino a esas decisiones que cambian el rumbo de tu vida. Y que, muchas veces, también el de otras vidas. Es una condena porque, al decidir, sentimos una inevitable soledad. Muchas veces nos gustaría sacarnos el peso de la decisión, que otro eligiera por nosotros. Pero es imposible. “Estamos solos, sin excusas”, insiste.

Tampoco nos salva pedirle consejo a un amigo. Estás pensando en separarte. Le podés pedir consejo a un sacerdote católico o a tu amigo recientemente divorciado que no para de hablar maravillas de su nuevo estado. Ya sabés lo que te va a aconsejar cada uno. Al elegir al consejero –dice Sartre– ya elegiste el consejo. Los consejos, así, no sirven para nada. Seguís estando solo. No hay forma de escapar.

Admiro la profundidad con la que Sartre hace zoom en la angustia que implica la soledad de la libertad. Pero no creo que pedir consejo no sirva para nada. Los medievales decían que dar buenos consejos era compartir la virtud de la prudencia. La prudencia es esa capacidad de aplicar los principios universales a los casos concretos. Nunca es fácil esa aplicación y muchas veces distintos valores entran en conflicto. Quiero que mi hijo crezca en libertad y se divierta.

Pero también quiero protegerlo de la inseguridad. Esos dos principios los tengo claros, pero ¿lo dejo volver solo esta noche o lo voy a buscar? La prudencia es la que enseña a decidir bien. Dar buenos consejos, entonces, no es tanto una cuestión de valores, de principios, sino de aplicación concreta. Te pido consejo a vos porque compartimos los valores, pero no sé bien cómo aplicarlos en este caso concreto.

Dar un consejo no es decidir por el otro. Es dar más elementos para que decida, es ayudarlo a ver más y mejor. Pedir un consejo no es delegar la decisión en el otro. Si ambas cosas están claras, no hay nada mejor que dar o recibir un consejo. Es cierto que, como dice Sartre, muchas veces ya sospechamos lo que alguien nos va a aconsejar. Pero también es verdad que, de vez en cuando, nos aconseja algo que no esperábamos. ¿O no?

Christián Carman

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