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Entre la obstinación y el arrepentimiento

Por Christián Carman

En tiempos del emperador Tiberio, Lucio Pisón gobernaba la provincia de Siria, tras haberla conquistado para Roma. Era un militar inteligente y hábil. Pero como gobernador, muchas veces se dejaba dominar por la ira, y cometía tremendas injusticias. Como ésta que nos relata Séneca: cuenta que un día envió a dos soldados a buscar provisiones. Cuando solo uno de ellos regresó, se enojó tanto que lo condenó a muerte presumiendo que había asesinado a su compañero. El soldado le rogó que le concediera un tiempo para ir a buscarlo y probarle así que estaba vivo. Pero no se lo concedió. Ordenó a un centurión que lo ejecutara inmediatamente. La tristeza en el campamento era indescriptible porque los dos soldados, el presunto asesino y el presunto asesinado, eran muy queridos.

El centurión llevó al soldado a las afueras de la ciudad para ser degollado, y cuando ya estaba su cuello desnudo, llegó el compañero que se había perdido. El centurión detuvo la inminente ejecución y condujo a los dos de regreso a encontrarse con Pisón, para que el gobernador no tuviera que cargar con sangre inocente a causa de un juicio precipitado. Todos acompañaban al centurión, en caravana, cantando jubilosos porque la tragedia se evitó justo a tiempo.

Cuando se presentaron ante Pisón, éste se enojó aún más y, en vez de perdonar al que había acusado injustamente, ordenó ejecutar a los tres: a los dos soldados y al centurión.

Séneca dice: “¡Oh! Qué hábil es la ira para inventar causas de su enojo. Pisón imaginó de qué manera se podrían haber cometido tres crímenes, ya que no había descubierto ninguno.”

En efecto, el gobernador les dijo: “Ordeno que tú seas ejecutado porque ya has sido condenado; tú, porque fuiste la causa de la condena de tu compañero; y tú, porque, teniendo orden de matar, no obedeciste a tu general”.

Séneca remata: “Esto de malo tiene la iracundia: no quiere dejarse gobernar. Se aíra con la verdad misma, si se manifiesta contraria a su voluntad”. No creo que ninguno de nosotros mande a matar a tres personas, pero a veces nos cuesta reconocer cuando nos hemos equivocado y, para tapar nuestro error, hacemos más daño todavía. Muchas veces, como dice Séneca, en lo que arrancó mal por culpa de la ira, nos parece mejor la obstinación que el arrepentimiento.

Christián Carman

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