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Ese tipo arriba del escenario es un impostor
Vas a una conferencia de emprendedores. Sube al escenario uno al que le fue bien y te cuenta cómo lo hizo. Empezó sin nada. Se las rebuscó comiendo fideos durante años hasta que le empezó a ir bien. Vino la crisis y casi se funde. Pero sobrevivió y ahí empezó el crecimiento grande. Hoy tiene una empresa que gana millones y se dió cuenta que el dinero y el éxito no son nada. Ahora su verdadera preocupación es la huella de carbono que genera cuando va a llevar a los chicos al colegio.
Nuestro prohombre destila aprendizajes de su propia historia. Vos tomás notas. Trabajar 18 hs por día, tilde. Asociarte con alguien complementario, tilde. Elegir bien a tus inversores, tilde.
Todos en este juego sienten que lo están haciendo de verdad. El que habla siente que tiene algo que enseñar porque le fue bien. Pero en realidad tuvo éxito y luego de ese éxito se construyó una historia sobre cómo lo hizo. En esa historia fue acomodando cosas que le parecen razonables y que son plausibles como causas de ese éxito. Supone, honestamente, que le fue bien porque hizo las cosas de esa manera. Y que si las hubiera hecho distinto, le habría ido no tan bien.
El que escucha siente que tiene algo que aprender de la experiencia del exitoso, porque también asume esa causalidad entre la historia del exitoso y sus resultados. ¿Es así?
Depende. En mis clases hago tirar una moneda a todos los alumnos. Cara o cruz. Los que tiran cara siguen tirando, los que sacaron cruz guardan su moneda. Otra vez. Y otra. Y otra. En minutos hay uno que tiró cara 6 veces seguidas. Lo hago pasar al frente. Le pido que explique cómo hace para ser tan bueno tirando caras. Le pregunto a sus compañeros si piensan que, si tira una séptima vez, hay más chances de que salga cara. Acá pasa algo raro: algunos saben que no pero sienten que sí. Otros saben que no pero sienten que es más probable que salga cruz. Uf, temazo este… para otra semana.
Claramente no hay nada que aprender de un genio tiramonedas. Todos sabemos que tirar 6 caras seguidas es suerte (o que la moneda estaba cargada, como dice nuestro amigo de Brooklyn). Pero nuestro genio emprendedor ¿es como el tiramonedas?
Algunos grandes pensadores sostienen que sí. Taleb y Buffett curiosamente me vienen a la cabeza. Son tantos los supuestos sobre los que se basa el éxito que ese tramito final de merecimiento es simplemente demasiado chico. Estar vivos, en esta época, en ese país, haber nacido en esa familia, haber ido a esa escuela, que te haya tocado de compañero de banco esa persona, que de casualidad hayas conseguido a ese primer cliente porque le caíste bien. Son todas monedas.
Pero esto nos hace un poco de ruido a todos, ¿no? Es un poco cínico. El emprendedor tomó miles de decisiones. Ese primer cliente a lo mejor otro no lo hubiese conseguido. Y de verdad trabajó mucho y encontró soluciones a cosas que otros no hubiesen logrado.
Kahneman tiene un planteo interesante: el éxito está hecho una parte de azar y otra de algo que podríamos decir que es talento + esfuerzo + método.
Del azar no podemos aprender nada. No podemos aprender a tener suerte (sí podemos aprender a exponernos inteligentemente a la suerte y esto lo vamos a ver más adelante). Del talento no podemos aprender nada, sólo podemos admirarlo. Del esfuerzo no podemos aprender nada, sólo replicarlo. De lo que podemos aprender es del método.
Escuchar a ese personaje exitoso que habla desde el escenario puede ser muy útil. Nos puede servir como inspiración. Pero confundir inspiración con aprendizaje es un gran error. Inspiración es energía para hacer. Aprendizaje es cómo hacer. Uno es el motor del barco, otro el timón.
En el próximo texto vamos a ver cómo destilar la parte de la que sí podemos aprender cuando nos cuentan un caso de éxito. Y con el resto… inspirarnos.
Emiliano Chamorro
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