Japón y yo

21/07/2020

Iara Uhalde, alumna de Aproximación a la cultura japonesa.

Una pequeña anécdota

Abril 2018. Era uno de nuestros primeros días en Kioto y por supuesto no podíamos dormir de noche. Caminábamos por las callecitas de Gion, un barrio típico de la ciudad, con German mi marido y nuestros hijos (Thomi, Theo y Nina). Serían las 2 am. Veníamos sacándonos fotos y recorriendo rincones típicos del Japón antiguo, respirando y riéndonos cuando a nuestro hijo mayor se le cayó un aro que llevaba mal enganchado de la nariz. Era un arito “así nomás” sin demasiado valor, sin embargo (la situación daba para…) los cinco nos pusimos a buscarlo entre medio del empedrado.

Mientras estábamos muy ensimismados en la tarea, absolutamente solos, tirados en la vereda buscando el aro, vimos acercarse a una familia típica japonesa. Todos ellos vestidos de gala. Pudimos ver que se imponía una novia con su enorme vestido blanco, el novio, un tanto desalineado pero con un traje impecable azul marino y muchos niños y parientes todos muy arreglados, ¿regresando? de un festejo de casamiento.

Cuando la comitiva familiar llegó a nuestra vereda y nos vieron a los cinco agachados, se detuvieron y nos consultaron por la situación. Eso entendimos luego de un intercambio de movimiento de manos y palabras. Cuando mediante señas logramos contarle lo sucedido toda la familia “emperifollada” de fiesta y post festejo de casamiento se tiró al piso con nosotros y a pesar de que los intentamos persuadir, terminamos todos tirados en el empedrado buscando el aro. La situación duró hasta que finalmente dimos con la falsa joya y entonces la felicidad y el agradecimiento era más de ellos que nuestros que no salíamos del asombro. Reverencia mediante, nos agradecieron (ellos a nosotros), nos saludaron y se fueron contentos porque nuestra pérdida había sido saldada.

Nos quedamos los cinco en silencio, extasiados, intentando comprender el motivo de la secuencia. Nos miramos y con el silencio y el vapor del aire nocturno solo con miradas cómplices nos dijimos: “bienvenidos, llegamos a Japón”.

Mi japonismo

En el año 2018 luego de atravesar una situación complicada de salud me fui con mi marido y nuestros hijos a Japón. Pasamos un mes viajando por diferentes ciudades y si bien yo había viajado mucho hasta ese momento conocer Japón me trastocó la cabeza. Después de unos cuantos días y de encontrar nuevamente mi ritmo circadiano empecé a sentir una liviandad que nunca antes había sentido en ningún lugar en el mundo, descubrí una profundidad simple, encontré que el bullicio y las luces de la tecnología convivían con pequeños reductos de tradición y ascetismo que me enloquecieron.

 

Durante todo nuestro viaje experimenté algo muy parecido a la felicidad.

Todos la pasamos muy bien y fue una experiencia inolvidable. Recién le pude dar forma y poner en palabras aquello que experimenté en el cuerpo y en la cadencia cotidiana de mi andar, en nuestro primer encuentro con Anna.

¿A dónde está puesta la mirada? ¿En el afuera, en el adentro?
¿Cuál es nuestra cara “social” y nuestra cara “familiar, íntima”?
¿Cómo me puedo sentir bien si el otro, cualquier “otro”, se siente mal?

Como pez en el agua
Esta pecera me resultó muy reconfortante y rápidamente (y cada vez que pienso en Japón) me siento como pez en el agua. Porque la idea de subjetividad construída en base al contexto y no a mi propia existencia genera un aire que nunca antes había respirado en mi vida y que hizo que pudiera experimentar una especie de descontractura corporal y liviandad “espiritual”.

Es cierto que en mi encuentro con el japonismo yo venía de que el cáncer tocara a mi puerta y esa misma oportunidad que me dio la enfermedad como camino de sanación, me la dieron la cultura e identidad japonesas. Porque, como dos calcos, resaltaron la potencialidad y lo efímero de la vida. Y por primera vez en mis 45 años pude reconocerme en algo así como “el camino del Samurai” que no es mas que el camino hacia la muerte, valorando cada instante de vida, pero al hueso y sin “chamuyo”, experimentado en primera persona, atendido por su propia dueña. Y lo llevo a primera persona porque así lo siento.

Así la muerte presente para valorar la vida, cada instante, el florecimiento que anuncia una llegada, el disfrute de lo bueno y lo bello luego (claro), de haber transitado y remado el camino por y para llegar hasta allí, son condimentos del mismo sentimiento.

Un sentimiento que me sienta bien y que implica la puesta en valor de los “yoes” en juego y la identidad en relación a quien tenemos enfrente. El juego relacional con el otro y con un grupo. Así, en el espacio público me fascinó descubrir y entender que en cada pequeño acto el bienestar general estaba por sobre el individual, y la importancia “sin sufrimiento” de la reserva del tesoro que implica del espacio privado reservado para pocos y elegidos.

Y en este fluir, el constante cambio, la no permanencia y, por ende, la euforia de la existencia en primer plano y la negociación constante entre mi honne (1) y mi tatemae (2) . Y ese agradable sabor que me provoca la conjunción de mi occidente adoctrinado para el que mi fuerza de voluntad todo lo pueda y ese nuevo oriente para el cual hay que poner en juego muchas otras herramientas y recursos del individuo y no solo la fuerza de voluntad.

El eterno resplandor de una mente sin retorno.

El viaje por Japón terminó pero solo fue un principio. Para nuestra familia fue un acontecimiento inolvidable. Si algo de lo que vivimos en Japón podemos entenderlo e incorporarlo para que ese Japón viva en uno sin importar el lugar y el momento, seguiremos proponiendo la mente y el cuerpo resplandecientes sin hacernos los distraídos porque el click ocurrió y eso no tiene retorno.

Iara Uhalde

1 Honne: se refiere los verdaderos sentimientos y deseos de una persona. Estos pueden ser diferentes de lo esperado o requerido socialmente, de acuerdo a las circunstancias o la posición de la persona y frecuentemente se mantienen ocultos o se revelan sólo a círculo más cercano de amigos.
2 Tatemae: literalmente "fachada," es la conducta y las opiniones que uno demuestra en público. Tatemae es lo que es esperado y necesario, de acuerdo a las circunstancias o la posición de la persona. El tatemae puede o no coincidir con el honne de una persona.