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Los milagros de la ciencia

Por Christián Carman

Kepler quería encontrar la fuerza que hace girar a los planetas alrededor del Sol. Obviamente, tiene que provenir del Sol, pero ¿qué fuerza puede actuar a distancia? Unos pocos años antes William Gilbert había publicado “De Magnete”, en el que mostraba que la Tierra era como un gran imán. “¡Ahí está!” –se dijo Kepler. El Sol es como un gran imán que atrae a los planetas. Pero, ¿cómo los hace girar? Bueno, el Sol tiene que rotar sobre sí mismo, arrastrando en su rotación a los planetas. En 1609 Kepler propuso, por primera vez en la historia y sin ninguna evidencia, que el Sol rotaba sobre su eje. Y que rotaba en el mismo sentido que giran los planetas, y que rotaba en el mismo plano en el que giran los planetas. Y que rotaba más rápido que el más rápido de los planetas. Una propuesta tremendamente audaz, pero no quedaba otra si quería explicar el movimiento de los planetas. Al año siguiente Galileo Galilei enfocó el telescopio al Sol y vio las manchas solares. Las manchas de la superficie del Sol claramente mostraban que el Sol giraba sobre su eje, y en el mismo sentido que los planetas. Y en el mismo plano. Y tardaba menos en dar una vuelta sobre su eje que Mercurio alrededor del Sol. Todo, absolutamente todo, como lo había predicho Kepler.

Ni en sus sueños habría imaginado Kepler encontrar una prueba tan contundente y tan rápido. En menos de un año Kepler pensó que quedaba demostrado que la fuerza que atraía a los planetas era una fuerza magnética. Y, sin embargo, lo que atrae a los planetas –lo sabemos desde Newton– no es una fuerza magnética, sino la gravedad. Y la rotación del Sol, su plano, su sentido y su velocidad, no tienen nada que ver con la revolución de los planetas. Kepler estaba equivocado, pero ¿cómo le hacés entender a Kepler que estaba equivocado si todo lo que predijo se verificó?

Lo que le pasó a Kepler no es una excepción. Pasó muchísimas veces en la historia de la ciencia que una teoría falsa tenga predicciones verdaderas, sorprendentemente verdaderas, milagrosamente verdaderas. Y sin embargo, no deja de ser falsa. Cada vez que aparece una noticia contando que un nuevo experimento verificó algo que Einstein, Heisenberg o algún otro científico predijo hace décadas, me acuerdo de Kepler.

Christián Carman

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