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Mi impedimenta

Por Christián Carman

El ejército romano era sin duda una máquina en las batallas. Era prácticamente invencible. Gran parte del éxito se debía al muy exigente entrenamiento al que eran sometidos los soldados. Entre las rutinas de entrenamiento, tenían caminatas diarias de 30 km, en cinco horas, con 30 kilos en la espalda. Tenían que aprender a marchar cargados. Porque cuando estaban en campaña tenían que llegar armas, mantas para abrigarse o carpa para pernoctar, utensilios para comer, herramientas, víveres. Todo sumaba unos 30 kilos.

Para todo lo que cargaba un soldado, los romanos tenían un nombre técnico. Lo llamaban “impedimenta”. En castellano existe “impedimenta” con el mismo significado, pero casi no se usa. Es mucho más común el uso masculino para referirse a todo lo que dificulta el camino, en sentido estricto o figurado. Y, efectivamente, la impedimenta era un impedimento. Cuando marchaba con la mochila en la espalda, se decía que el solado iba “impeditus”, cuando se liberaba de esa mochila a fin de prepararse para la batalla, se decía que iba “expeditus”.

En una carta a su joven discípulo Lucilio, Séneca lo invita a liberarse de una vez por todas de aquellas tareas, compromisos y trabajos que Lucilio fue asumiendo de a poco y que, aunque sabe que le quitan la paz, no se anima a largar. Lucilio se queja y dice que los quiere abandonar, pero nunca da el paso. Siente que de a poco se está hundiendo. Ninguna en particular es terrible, pero el peso de todas juntas lo empieza a ahogar. Séneca, con su afiladísima prosa, lanza una flecha que da justo en el blanco: “ningún soldado sale a flote con la impedimenta”. Para salir a flote, hay que deshacerse de la impedimenta: de aquellas cosas que cargamos en nuestra vida pero que no son necesarias para el presente. Algunas son ataduras del pasado, otras ataduras del futuro. Algunas son cosas que ya no nos sirven pero nos cuesta abandonar; otras, cosas que cargamos hoy por si mañana las llegamos a necesitar. Obviamente, Séneca no le dice que largue todo, está bien ser precavido, pero si cargas tanto que te estás hundiendo, es hora de sacarte esa mochila para salir a flote. Una vez en la superficie, probablemente nos demos cuenta de que muchas de las cosas que cargábamos no eran estrictamente necesarias. ¿Cuáles son tus impedimentas?

Christián Carman

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