Pienso, luego existo
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Por Christián Carman
Cuando terminó sus estudios universitarios, René Descartes se dio cuenta de que había aprendido muchas cosas, pero no podía justificar nada. No era un problema de él, aunque preguntara a sus maestros, aunque leyera mucho, no encontraba justificaciones satisfactorias. Cansado, decidió que lo más honesto era dudar de absolutamente todo y, con paciencia, empezar a buscar un fundamento indiscutible, una certeza inconmovible que le sirviera de fundamento para reconstruir a partir de ahí todo el conocimiento. Dudaba de todo. De eso es de lo único que está seguro; de que duda.
Bueno, no es poco. Buscábamos una certeza. Estoy seguro de que dudo. Veamos cuánto podemos fundar a partir de ahí. Dudar es una forma de pensar. Una forma imperfecta, porque uno quiere salir de la duda. Pero una forma de pensar, al fin y al cabo. Si estoy seguro de duda, también lo estoy de que pienso. Y si pienso, existo. Ahí su famoso “cogito ergo sum”, (pienso luego existo). No es que exista yo, con mi cuerpo, mi historia, mi familia, mi Patria. Nada de eso lo he probado. Eso sería confiar en lo que viene a través de los sentidos y los sentidos nos engañan todo el tiempo. No hay que apresurarse. Existo como una cosa que piensa, como una especie de entelequia pensante. El único camino para explorar es el de mis pensamientos. ¿Qué ideas tengo? Bueno, tengo la idea de duda y de imperfección, porque sé que dudar es imperfecto. La idea de imperfección es interesante, porque implica otra idea, la de perfección. Como es su negación, no puedo entender la imperfección sin tener en mí la idea de perfección. “¡Epa!”, se dice Descartes. ¿De dónde saqué la idea de perfección? No la puedo haber creado yo, porque lo imperfecto no crea lo perfecto y ya sé que soy imperfecto, porque dudo. Tiene que venir de afuera, de algo perfecto. O sea que existe algo perfecto, un ser perfecto que puso en mí la idea de perfección. Existo yo, y existe ese ser perfecto, que me tiene que haber creado.
Ahora, ese ser perfecto no puede haber diseñado muy mal, porque es perfecto. Y si mis sentidos me engañaran siempre, sistemáticamente, estaría muy mal diseñado. Por lo tanto ¡puedo confiar en los sentidos! Con cautela, pero puedo confiar. Ese ser perfecto me sale de garante. Y una vez que probé que puedo confiar, se me abre el mundo. Ahí sí tengo cuerpo, tengo historia, tengo familia. El ser perfecto es como un puente que me permite acceder al mundo exterior.
Es probable que el camino que siguió Descartes no nos convenza y ciertamente ha sido muy criticado a lo largo de la historia. Pero la pregunta es una genialidad. Y te la dejo para esta semana: ¿cuál es tu certeza indiscutible, a partir de la cual podés construir todo tu sistema de creencias?
Christián Carman