Plutarco y hacer como que no lo vimos

Por Christián Carman

La crueldad con la que muchos padres, incluso con buena intención, castigaban a sus hijos en la antigüedad (y hasta hace no tanto) causa escalofríos. Un san Agustín ya adulto recuerda con angustia cómo lo azotaban de pequeño. Y cómo –lo que más dolor le causaba– no encontraba en sus padres la más mínima empatía: “los hombres, y aun mis padres, que no me deseaban mal alguno, se reían de que me hubiesen azotado; aun cuando para mí era en ese momento el mayor y más grave mal que pudiera sucederme”.
Frente a la inocultable crueldad con la que muchos padres trataban a sus hijos, Plutarco sienta su posición, fruto, como veíamos la semana pasada, de su experiencia y su estudio: “yo opino que los padres no deben ser crueles y rudos con sus hijos.” Pero va mucho más allá: “yo creo que con frecuencia han de perdonar algunas de las faltas más suaves y acordarse de que también ellos fueron jóvenes. Y, así como los médicos, mezclando las medicinas amargas con jugos dulces, hacen del placer un camino hacia lo provechoso, del mismo modo conviene que los padres combinen el rigor de sus correcciones con la dulzura, y unas veces ceder a los deseos de sus hijos y aflojar las riendas, y otras, por el contrario, volver a tirar de ellas y, sobre todo, soportar de buen grado sus faltas, y si no, al menos, una vez que se han enfadado, cesar en la ira, rápidamente”.
Y sigue: “es hermoso también fingir que no se ven algunas de las faltas, y, así, trasladar la falta de vista y oídos de la vejez a las cosas realizadas, para que, viendo algunas acciones, no las vean y, oyéndolas, no las oigan. Soportamos las faltas de los amigos, ¿qué hay de admirable si soportamos las de los hijos? … Fuiste alguna vez tacaño con tu hijo, sé también generoso; te enfadaste alguna vez con él, perdónale también; te engañó alguna vez …, reprime tu cólera; te quitó alguna vez del campo una yunta, volvió alguna vez oliendo a la borrachera del día anterior, ignóralo; oliendo a perfumes, calla. Así se doma a una juventud rebelde”.
Todo parece indicar que los hijos de la generación de Plutarco eran tan difíciles de educar como los de la nuestra. Si los hijos son semejantes, probablemente sus consejos sigan siendo efectivos.
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Christián Carman