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Psicógogos

Por Christián Carman

Apenas arrancó la pandemia y quedamos confinados en casa, me empeciné con que mis hijos siguieran aprendido a pesar de no tener clases y decidí enseñarles yo mismo. La elección del tema de estudio no fue fácil: tenía que encontrar algo que todos pudieran aprender a pesar de sus diferentes edades (en ese entonces tenían 14, 12, 10 y 8 años). Y estar seguro de que lo que les enseñara les iba a servir independientemente del camino que cada uno tomara en su vida. Así que elegí darles clases de latín. Dos horas a la mañana y dos a la tarde, durante el primer año de confinamiento. De lunes a jueves; los viernes tenían examen escrito. La experiencia fue hermosa (para mí). Juntar a los cuatro hijos y enseñarles, verlos en el rol de alumnos, como se ayudaban o competían, como aprendían, quien tenía facilidad y quien no tanto, quien se esforzaba más y quien menos, como se entusiasmaban o como manejaban la frustración. Se me reveló un aspecto de mis hijos que, como padre, no conocía, un aspecto que mostraban sólo en la escuela.

Al principio fue muy frustrante porque no sabía cómo mantener el interés y el entusiasmo de los cuatro con edades y personalidades tan distintas. Y como casi siempre, Sócrates vino en mi ayuda. Me acordé de una charla que tuvo Sócrates con Fedro acerca de qué es ser un buen orador, un buen comunicador. Sócrates dice que la retórica, el arte de comunicar es “el arte de conducir las almas mediante las palabras”. Para “conducir–las–almas”, Sócrates usa una sola palabra griega que suena “psico-gogía”. Conocemos el significado de ambas partes por otras palabras. “psico” significa “alma, mente, de ahí “psico-logía”; y “-gogía” viene del verbo “ago” que significa conducir, como en “peda-gogía” (conducir a los niños). Así “pisco-gogía” es conducir–las–almas. Me encantó esa idea: ser un buen comunicador es ser un buen psicógogo, es conducir con delicadeza y respeto las almas de los demás, mediante nuestras palabras.

En una de las clases, nos topamos con un texto que no sabíamos cómo traducir. Decía: “Qui animam ducit, animal est”. “Ducit” es la palabra latina para el “ago” griego, significa también “conducir”. Así, la traducción sería: “quien conduce un alma, es un animal”. No tenía sentido. Para los antiguos, todos los seres vivos, incluso los animales y las plantas, tienen alma. Estaba claro que lo que quería decir es que quien tiene alma es un animal, no quien la conduce. Después de un rato buscando en el diccionario, aprendimos que “ducere” además de “conducir”, puede significar “llevar, portar, cargar sobre sí”. Así, tenía sentido el texto: “quien porta, quien tiene un alma, es un animal”.

Ese nuevo significado de “ducere” me enseñó algo más. Me hizo dar cuenta de que el “psicógogo” a veces guía a las almas mediante las palabras, mostrándoles hacia dónde ir, pero a veces –cuando las almas lo necesitan– también mediante las palabras las carga delicadamente sobre sí, y las lleva sobre sus espaldas.

Christián Carman

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