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Séneca y la lucha contra la violencia

Por Christián Carman

Probablemente porque nació en los generosos campos de Andalucía, cerca de Córdoba, mantuvo durante toda su vida esa envidiable paz interior que tienen los hombres de campo. Pero ya de muy chico se enfrentó con la violencia de la capital del Imperio. Vio la indiferencia de los ciudadanos, ya acostumbrados a presenciar crímenes alevosos en las calles, la crueldad con la que se trataba a esclavos y extranjeros. Estuvo en el Coliseo viendo cómo obligaban a unos gladiadores a enfrentarse en una salvaje lucha contra animales feroces. Su alma quedó profundamente perturbada por la violencia que veía. Por eso, ya de adulto, el gran filósofo estoico Lucio Séneca escribió un libro para combatir la violencia de su época. Como todos los clásicos, sirve para siempre y para todos, también hoy y para nosotros.

Allí nos muestra que la forma más eficaz de combatir la violencia en una sociedad no es combatir a los violentos, sino combatir la propia violencia, aprender a dominar la propia ira. Claro, en un mundo violento es fácil sufrir la violencia de otros, pero también contagiarse y empezar uno a serlo también.

Para Séneca la violencia surge de los ataques de ira, de esos enojos que algo o alguien nos provoca y no podemos controlar. Dejamos de pensar con lucidez y hacemos cosas de las que después nos arrepentimos. Y lastimamos a otros y otras. El libro está lleno de consejos prácticos de cómo aprender a controlar la propia ira.

Lo primero es anticiparme, prepararme. Si me conozco bien, me daré cuenta de las cosas que más me irritan. Son distintas en cada uno. Hay que aprender a reconocerlas. Y, una vez que las tenemos identificadas, darnos cuenta de que estamos por enfrentar una situación en la que eso puede aparecer. Si sé que me irrita especialmente la forma en la que come una persona y tengo que almorzar con ella, voy preparado. La consideración anticipada ayuda a que no nos agarre desprevenido.

Lo segundo es distinguir el daño de la ofensa. A veces tratamos a las cosas como si hubieran querido ofendernos: pateamos la silla con la que nos tropezamos o arrojamos con bronca una lapicera que no funciona. “¡Qué necio es airarse con estas cosas que ni han merecido ni notan nuestra ira!”, dice Séneca. Nos hacen daño, pero no nos ofenden. La ofensa implica intención del otro, pero también aceptar de nuestra parte que hemos sido ofendidos. No se nos puede ofender sin nuestro consentimiento, muchas veces puede ignorarse la ofensa y desaparece.
En tercer lugar, si nos hemos enojado, Séneca nos recomienda diferir la reacción: estamos enojados y no podemos pensar con claridad. Mejor esperar.

En cuarto lugar, una muy relevante hoy en día: dice que es importante luchar contra la curiosidad de conocer todo lo que dicen de nosotros: “¿No quieres ser iracundo? no seas curioso. El que averigua todo lo que se dice de él, el que va a desenterrar las palabras malévolas, hasta las más secretas, se persigue a sí mismo.” Claro: ir a averiguar todo lo que dicen de nosotros es ir a buscar el enojo. Obviamente encontraremos algo que no nos guste. Ayuda mucho también, para no enojarse con otros –sigue Séneca– pensar que nosotros también muchas veces nos equivocamos.
Aprender a tomarse las cosas en broma, siempre es muy sano.

Y la última es genial: cuando estés muy enojado, mirate a un espejo: te dará tanta vergüenza el aspecto de tu rostro, la deformidad que produce la ira, que rápidamente te calmarás.

Tal vez podamos tomar algunos de estos consejos de Séneca para contribuir a disminuir la violencia en nosotros. Y en nuestra sociedad.

Christián Carman

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