Tomás de Vío Cayetano y la doctrina de la analogía

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Por Christián Carman

Entre los capítulos 40 y 60 de Astronomia Nova, Johannes Kepler le cuenta al lector, con lujo de detalles, todos los caminos que exploró antes de poder formular las famosas leyes que rigen el movimiento de los planetas: se mueven en órbitas elípticas de tal manera que el área que barre el planeta es proporcional al tiempo. Leyendo, uno se da cuenta que Kepler siente una frustración tremenda porque se da cuenta de que la geometría no le alcanza para resolver los problemas que tiene. Está todo el tiempo implorando en el texto que aparezca un geómetra genial, que demuestre con elegancia y según los buenos modales de la geometría lo que él apenas puede esbozar torpemente. Kepler se choca una y otra vez con el límite del instrumento que utiliza para explorar la realidad. Por las áreas que Kepler necesita obtener hay que calcularas dividiéndolas en infinitas partecitas y luego integrándolas. Y la geometría no es buena para tratar con infinitos.

Algo parecido les pasó a los filósofos medievales cuando querían hablar de Dios. Se daban cuenta que nuestras ideas están hechas para describir las cosas que vemos, finitas y limitadas. Pero hablar de Dios, del infinito, es otra cosa. Ahí el instrumento falla: sabemos que Dios es un ser vivo, porque la vida es una perfección. Pero también sabemos que la vida, como la entendemos, implica cambio (lo que no cambia está no está vivo). Pero el cambio implica imperfección. Dios está vivo porque es perfecto. Y no cambia porque es perfecto. Pero no hay vida sin cambio. Estamos en el horno. Bueno, en un sentido debe estar vivo, pero no en el mismo sentido que nosotros. También nos gustaría decir que Dios es bueno, inteligente, justo, misericordioso, pero seguro no es nada de eso como lo somos nosotros.

Para resolver ese problema, tomaron una idea de Aristóteles y la desarrollaron con mucho detalle. Tomás de Vío Cayetano, un dominico de 1500 termina de sistematizar esta idea. Según Cayetano, a veces predicamos un término de manera idéntica en todos los casos. Por ejemplo, cuando decimos que un triángulo equilátero y otro isósceles son triángulos, lo decimos exactamente en el mismo sentido: los dos tienen tres lados (o tres ángulos). Son términos unívocos. A veces, en cambio, el sentido es totalmente distinto y solo comparten la palabra (el sonido), como cuando llamamos “banco” al que utilizamos para sentarnos y a la institución en la que depositamos nuestro dinero. La palabra es la misma, pero el sentido totalmente distinto. Son términos equívocos. Pero a veces (y esto es lo interesante), los términos los usamos en un sentido parcialmente igual y parcialmente distinto. El ejemplo preferido es el adjetivo “sano/sana”. Decimos que una persona está sana, o que una caminata es sana, o que una determinada comida es sana, o un clima puede también ser sano, incluso el color de la orina o del rostro puede ser sano. Una persona está sana porque tiene salud, pero un clima no tiene salud. Un clima no puede enfermarse, en todo caso, puede enfermarte. No se predican de la misma manera, no son unívocos. Pero tampoco equívocos porque no es que no tienen nada que ver. Cayetano dice: tienen en común que todos se relacionan con la salud, pero tienen de diferente que la relación es distinta: la persona es sana porque es sujeto de la salud; una camina, un clima o una comida, porque conservan, favorecen o incluso restituyen la salud; el color de la orina o del rostro, porque manifiestan la salud. Todos se relacionan con la salud, pero las relaciones son distintas. Son términos análogos, dice Cayetano. Cuando decimos que Dios está vivo, o que es bueno, justo o lo que sea, lo decimos análogamente, es en parte igual y en parte distinto a como están vivas o son buenas o justas las creaturas.

La doctrina de la analogía es un hermoso caso de un desarrollo inspirado en temas vinculados con la teología pero que, después, se mostraron muy fecundos para aplicarlos a temas más mundanos. Muchos, pero muchos de los términos que utilizamos todos los días, los usamos de manera análoga. Darnos cuenta de esto nos puede ayudar a disolver algunas discusiones: ¿son inteligentes las máquinas que piensan con inteligencia artificial? Bueno, probablemente “inteligencia” sea un término análogo. No se contesta con sí o no. Se contesta mostrando en qué son iguales la inteligencia humana y la artificial y en qué son distintas. ¿Te animás a pensar otras discusiones que se resuelven aplicando la doctrina de la analogía?

Christián Carman

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