Un déjà vu de un déjà vu

por | 08/06/2020

Un déjà vu es la sensación de que estás viviendo algo que ya viviste antes. Literalmente del francés, algo que ya viste antes.

Tengo déjà vus bastante seguido. Pero esta vez tuve un déjà vu de un déjà vu; una especie de déjà vu al cuadrado. Empieza y termina en la cuarentena, pero en el medio pasa por Londres y por Siddharta.

Cuando el Presidente anunció la primera extensión de la cuarentena tuve el primer déjà vu. Pero era raro porque no recuerdo en mi vida nada parecido a la pandemia. Después de un rato me acordé y ese recuerdo me hizo cambiar de planes para el resto del año.  

El 25 de julio de 2019 fue uno de los días más calurosos de la historia en Europa. Yo estaba en Edimburgo en un evento de TED, ya con ganas de volver a casa después de una semana de estar afuera. El viernes 26 tomé el vuelo de Edimburgo a Londres y ahí tenía la conexión a Buenos Aires, para llegar el sábado temprano y pasar el fin de semana con mi familia. 

Los 90 minutos de conexión en Londres deberían haber sido suficientes para llegar a mi segundo vuelo sin problemas. Pero la ola de calor afectó algunos sistemas de las líneas aéreas y ese primer vuelo se demoró una hora. Cuando aterricé en Heathrow tenía solamente 30 minutos para ir de una terminal a la otra. Corrí mucho. Llegué todo transpirado, con la lengua afuera, pero el vuelo ya estaba cerrado y no me dejaron subir. 

Había muchos vuelos demorados o cancelados. En el aeropuerto éramos muchos los que habíamos perdido conexiones y estábamos un poco desesperados por encontrar otras formas para llegar a casa.  Detrás del mostrador, dos empleados de la línea aérea intentaban sin éxito calmar la furia de 250 personas. 

La estrategia era buscar otros vuelos para que cada uno siguiera su viaje. Después del caos inicial, en el que todos gritaban a la vez, uno de los empleados agarró el micrófono e hizo un anuncio general. 

Dijo que iban a intentar ubicarnos en los próximos vuelos disponibles y que comunicarían novedades cada media hora hasta que todos tengan un plan para seguir con sus viajes. Nos pidió que tengamos paciencia ya que esa espera podía extenderse bastante. Sobre el final dijo que si no teníamos tanto apuro para llegar a casa, ya nos podían confirmar en vuelos dos días más tarde y darnos una habitación en un hotel del aeropuerto.

Mientras pensaba que ni loco aceptaba esa opción porque quería estar ya con mi familia, tuve el segundo déjà vu.

Hace unos 35 años, leí Siddharta, de Herman Hesse, por cuarta vez. Siempre vuelvo a Siddharta, por las razones más diversas. En ese momento, en el aeropuerto, me acordé de un pasaje corto, que no es central en el libro, pero que me había impactado mucho. 

Siddharta es un joven de la India que busca la iluminación a través de la meditación, el ayuno y la espera. En un momento de la vida, Siddharta decide explorar el mundo de los negocios y empieza a trabajar para Kamaswami, un comerciante, que le encarga comprar y vender mercadería.

Estos son los párrafos que recordé en el aeropuerto:

A decir verdad, Siddharta continuaba siendo indiferente con los negocios. En una ocasión fue a un pueblo a comprar una gran cosecha de arroz. Sin embargo, al llegar, supo que el arroz ya había sido vendido a otro comerciante. A pesar de ello, Siddharta se quedó varios días en la aldea, invitó a los campesinos, regaló monedas de cobre a sus hijos, asistió a una de sus bodas y regresó contentísimo del viaje. 

Kamaswami le reprobó por no volver en seguida y por haber malgastado tiempo y dinero. Siddharta contestó: 

– ¡No te enfades, amigo! Jamás se ha logrado nada con enfados. Si hemos tenido una pérdida, asumo la responsabilidad. Estoy contento de ese viaje. He conocido a muchas personas, un brahmán me otorgó su amistad, los niños han cabalgado sobre mis rodillas, los campesinos me han enseñado sus campos; nadie me tuvo por comerciante. 

– Todo eso está muy bien -exclamó Kamaswami indignado-. ¡Pero en realidad eres un comerciante, o al menos eso creo yo! ¿O acaso has viajado por placer? 

– Naturalmente -sonrió Siddharta-, naturalmente que he viajado por placer. ¿Por qué, si no? He conocido nuevas personas y lugares, he recibido amabilidad y confianza, he encontrado amistad. Mira, amigo, si yo hubiese sido Kamaswami, al ver frustrada la compra habría regresado en seguida, fastidiado y con prisas; entonces sí que realmente se habría perdido tiempo y dinero. Ahora, sin embargo, he pasado unos días gratos, he aprendido, he tenido alegría y no he perjudicado a nadie con mi fastidio y mis prisas. Y si alguna vez vuelvo allí, quizá para comprar otra cosecha o con cualquier otro fin, me recibirán personas amables, llenas de alegría y cordialidad, y yo me sentiré orgulloso por no haber demostrado entonces prisa o mal humor. Así, pues, amigo, sé bueno y no te perjudiques con enfados. El día que creas que ese Siddharta te perjudica, di una sola palabra y Siddharta se marchará. Pero hasta entonces, deja que vivamos mutuamente contentos.

Eso era exactamente lo que me estaba pasando esa tarde en Heathrow. Me di cuenta de que tenía que decidir si en ese momento yo era Kamaswami o era Siddharta. Mi primera reacción fue la de intentar volver a casa lo antes posible. No me importaba si iba a estar estresado, sin saber cuánto tiempo iba a tener que esperar, en medio de ese grupo de gente de muy mal humor. Pero por suerte el Siddharta dormido dentro mío se despertó y rápidamente refutó a mi Kamaswami. 

Confirmé mi vuelo para dos días después, fui al hotel, me di una ducha y pasé un día entero espectacular en el centro de Londres. 

No sé si Londres es mi lugar en el mundo. Probablemente no lo es, pero si nos encontramos ahí, les puedo mostrar lugares espectaculares para caminar, les puedo decir dónde comer un crepe con banana y nutella inolvidable, los puedo acompañar a un museo que me fascinó y, quizá lo más importante, me gustaría mostrarles en qué banco al borde del Támesis pensé y escribí ideas que meses después derivaron en Vivan las Ideas

Llegué a casa dos días más tarde. Me perdí de ver a mi esposa y a mis hijos durante ese fin de semana. Pero cuando llegué, tenía una sonrisa en la cara y muchas cosas para contarles. 

Y ahí estaba Alberto, detrás de su mostrador, diciéndonos con buen criterio que teníamos que guardarnos por dos semanas más y que después vemos. Fue en ese momento, con el doble déjà vu, en que decidí que no quería quedarme a esperar las novedades cada media hora. 

Decidí que iba a vivir en el día a día como si la cuarentena se extendiera por todo el año. Decidí que quería transitar la pandemia como ese día en Londres en el que por un rato fui Siddharta.