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Un golazo de la ciencia

Por Christián Carman

Si armáramos un video con una selección de las mejores jugadas de los científicos a lo largo de los siglos, veríamos la trayectoria elíptica del golazo de tiro libre de Kepler, cómo Newton la pica suave por encima de Aristóteles, la hermosa pared que arma Einstein con Lorentz, o cómo Galileo se clava y hace pasar al defensor que venía corriendo. Son los momentos eureka de estos gigantes de la ciencia los que aplaudimos en cada repetición. Pero, por detrás y por debajo de esos momentos geniales, hay una construcción colectiva, paciente y heroica que fue preparando ese golazo. Algunas jugadas colectivas no se pueden resumir en unos pocos segundos de video.

Hay un hermoso gol colectivo en la ciencia que duró dos milenios. En el siglo III a.C., Timócaris de Alejandría elaboró el primer catálogo de estrellas para verificar que las estrellas no cambiaban su distancia relativa entre ellas. Que, por ejemplo, a la estrella del medio de las Tres Marías siempre la veremos en el medio de las otras dos. Un siglo después, Hiparco le pidió la pelota a Timócaris y quiso chequear lo de las estrellas. Observó pacientemente miles de estrellas durante toda su vida y no notó ni el más mínimo cambio. Se sabía el cielo de memoria. Pero era consciente de que estaba muy lejos del arco como para patear. Así, decidió dejar un registro de varias estrellas alineadas, para que tiempo después se chequeara si había habido un cambio tan lento que él no pudo percibir. Tres siglos después, Ptolomeo recibe el pase y verifica que las estrellas están donde las vio Hiparco, y, de nuevo, no percibe el más mínimo cambio. No ve a nadie a quién pasar la pelota, así que tira un pase al vacío, dejando el registro de otras estrellas para ser analizadas más tarde.

Corre Tycho Brahe y alcanza la pelota cerca del área unos quince siglos después. Muy pacientemente mira el cielo durante décadas y lo compara con los registros de Timócaris, Hiparco y Ptolomeo. No nota la más mínima diferencia. Está cerca del arco, pero prefiere dejar nuevos registros y tirar un centro exquisito al área que cabecea Edmund Halley un poco más de un siglo después. Halley chequeó pacientemente los registros de sus cuatro predecesores y notó que unas pocas estrellas habían cambiado su posición respecto del resto. Escribió una breve nota en 1716 donde presentó sus resultados a la Royal Society. Logró mostrar que, de la época de Timócaris a la suya, tres estrellas de las mil y pico que venían siguiendo se habían movido más o menos medio grado. Demostró, por primera vez en la historia, el movimiento propio de las estrellas.

Halley la clavó en el ángulo el jueves 30 de septiembre de 1717, pero la jugada había arrancado más de dos mil años antes, con un sutil toque de Timócaris.

Christián Carman

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