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Un río doblegado

Por Christián Carman

Ciro el Grande, el fundador del primer imperio Persa, estaba intentando cruzar el río Gindes. Es un río no muy profundo, pero sí muy caudaloso, que desemboca en el Tigris. Sólo se puede cruzar en barco. Necesitaba atravesarlo para tomar por sorpresa al ejército babilónico. En una muestra de su poder infinito, ordenó cruzarlo a caballo. No sería él y su ejército frenado por un simple río. Pero en la travesía, uno de sus caballos preferidos, hermoso y blanco, fue arrastrado por la corriente y desapareció. Tal fue el enojo por la insolencia del río, que Ciro juró someterlo a tal punto que podría ser atravesado por cualquiera, sin siquiera mojarse las rodillas.

Y cumplió su juramento. Ordenó a su ejército cavar 360 canales entre los que desvió el agua del Gindes y la dispersó por todo el terreno, hasta hacerla desaparecer. Lo venció, cualquiera podía cruzarlo. Pero le llevó todo el verano. Sus soldados, sometidos a esa tarea pesada e inútil perdieron el ánimo. Y Ciro perdió una oportunidad única de tomar por sorpresa a los babilónicos.

El gran filósofo estoico, Lucio Séneca recoge esta historia para ilustrar lo costosa que puede ser nuestra ira cuando la dejamos crecer y nos sometemos a sus órdenes caprichosas y absurdas. Lo único que ve la ira es cómo destruir al que nos ha hecho mal, ¡aunque sea un río! Nos hace malgastar energías y tiempo en tareas inútiles. Séneca remata el relato: “mientras una guerra declarada al verdadero enemigo se atrasaba, Ciro la libraba contra un río”. Muchas veces demoramos las verdaderas batallas que debemos emprender en la vida para entretenernos en peleas absurdas. ¿Cuál es, hoy, tu Gindes?

Christián Carman

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